"BIOGRAFÍA DE JUAN CHIPOCO"
"BIOGRAFÍA DE JUAN CHIPOCO"
El sueño americano de Juan Chipoco se cocinó con limones, ajíes, cancha chulpi y papas amarillas. No lo habría imaginado así jamás; no cuando lo dejó todo en 1993 para buscarse la vida en una tierra llena de maravillas y oportunidades conocida como Miami. El Perú no era entonces un lugar para idealistas, y Juan Chipoco tenía apetito por más: necesitaba alimentar sus pasiones y dar rienda suelta a la creatividad, que había sido su mejor herramienta desde que era pequeño. Lima estaba lejos de ser la capital gastronómica de Sudamérica, así que lejos es que él debió partir.
Hoy Juan conduce autos de lujo por South Beach, usa trajes hechos a medida y se codea con Emilio Estefan y Ricky Martín, pero treinta años atrás era solo un chico de barrio miraflorino que debía ingeniárselas para ver por su mamá y sus hermanos menores. Su padre había fallecido cuando era tan solo un niño. En consecuencia, Chipoco se tomó muy en serio la tarea de proveer para que no faltase nada en su hogar. Tras terminar el colegio, entró a trabajar en una panadería regentada por un tío suyo. Allí cargaba sacos de harina de 50 kilos, limpiaba las estaciones y –poco a poco– empezó a jugar, experimentar en la cocina. Pero su futuro no estaba ahí. “Yo tenía sueños grandes, siempre los tuve”, cuenta Chipoco. Cuando le aprobaron una visa de turista para viajar a Estados Unidos, no tardó mucho en comprar un pasaje con sus ahorros. Se iría a Miami de ilegal hasta que pudiese resolver su situación. Tenía 21 años.
Juan empieza sus días muy temprano, no solo para continuar con su entrenamiento, sino también porque tiene dos niños pequeños. Cada jornada, religiosamente, recorre todos los locales para ver que las cosas funcionen. Cada dos o tres meses, todavía recibe la visita de su madre.
Hoy Juan conduce autos de lujo por South Beach, usa trajes hechos a medida y se codea con Emilio Estefan y Ricky Martín, pero treinta años atrás era solo un chico de barrio miraflorino que debía ingeniárselas para ver por su mamá y sus hermanos menores. Su padre había fallecido cuando era tan solo un niño. En consecuencia, Chipoco se tomó muy en serio la tarea de proveer para que no faltase nada en su hogar. Tras terminar el colegio, entró a trabajar en una panadería regentada por un tío suyo. Allí cargaba sacos de harina de 50 kilos, limpiaba las estaciones y –poco a poco– empezó a jugar, experimentar en la cocina. Pero su futuro no estaba ahí. “Yo tenía sueños grandes, siempre los tuve”, cuenta Chipoco. Cuando le aprobaron una visa de turista para viajar a Estados Unidos, no tardó mucho en comprar un pasaje con sus ahorros. Se iría a Miami de ilegal hasta que pudiese resolver su situación. Tenía 21 años.
Juan empieza sus días muy temprano, no solo para continuar con su entrenamiento, sino también porque tiene dos niños pequeños. Cada jornada, religiosamente, recorre todos los locales para ver que las cosas funcionen. Cada dos o tres meses, todavía recibe la visita de su madre.
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